¿Es posible Europa?
Mientras exista la cultura europea, el nombre de Numancia estará unido al concepto de Libertad. (Adolf Schulten).
La propia esencia de lo europeo hace que sea imposible imaginar al continente sometido a cualquier tipo de totalitarismo uniformante. O entendemos a Europa como una confederación de diferentes sensibilidades y culturas o estaremos regresando a épocas pasadas, cuando todavía se pensaba que podía crearse una civilización con la espada.
Por desgracia la pervivencia anacrónica de los Estados/Nación del XIX está haciendo muy difícil el progreso del proyecto europeo. Tampoco ayuda mucho que el sistema económico vigente sea el delirante capitalismo, la más aberrante teoría de asignación de recursos que ha conocido la historia.
Nuestro propio sentido de la modestia y la autocrítica hace que no nos demos cuenta del éxito del modelo europeo a nivel global. Produce un poco de vergüenza ajena que mientras algunos economistas o intelectuales europeos se lancen a cantar las excelencias de modelos exóticos, en estos países lo único que preocupa es avanzar hacia el proyecto europeo.
Si la economía es importante, ya que proporciona sustrato a la política y esta a la vez, favorece (o no) la cultura autóctona, el modelo europeo basado en la productividad y no en la especulación bursátil -como el norteamericano- ha demostrado su éxito relativo en los últimos años.
Lo mismo que en todo el sistema solar sólo un planeta reunió las condiciones suficientes para crear y conservar la vida, también el continente europeo parece haber sido el único lugar del globo donde se ha podido desarrollar una concepción de la cultura y de la sociedad que hoy sirve de modelo para el resto del orbe.
Aunque Paul Gauguin, como buen celta, renegaba de lo griego, parece aceptado que la idea de democracia que triunfa en el mundo (o, al menos, que se propone como modelo a seguir) nació en una pequeña península europea hace más de dos milenios. Con todos los errores y con todas las desviaciones, el modelo sigue vigente ya que, como dejó escrito Sir Winston Churchill, es quizá el peor de los sistemas políticos posibles… A excepción de todos los demás.
Europa es un mosaico de razas, de culturas, de lenguas, de una variedad tal que su mera comprensión se hace difícil. Durante los últimos veinticinco siglos de ella ha emanado la luz de la razón y el bálsamo de la tolerancia. Es cierto que no sin dolorosas excepciones y con frecuentes pasos atrás, pero lo más significativo es la voluntad evidente de progreso y perfeccionamiento que ha alumbrado la historia del pensamiento europeo desde, al menos, el Renacimiento.
Y todo ello lo ha conseguido pese a haberse injertado en el árbol multiforme de lo europeo un renuevo oriental y tibetanizante como es el cristianismo, que tras fracasar en oriente (con Nestorio) reculó hacia Occidente, consiguiendo retrasar un milenio el progreso de las ideas europeas. Como dijo Swimburne Triunfaste, oh pálido galileo, con tu aliento el mundo se ha vuelto gris…
Tras la aventura colonial, que irradió todo el globo, las naciones europeas quedaron limitadas al territorio continental, metropolitano, y se produjo un fenómeno de autoculpabilización colectiva que todavía no ha terminado. Recuerdo ahora al personaje de Albert Camus, un viejo viticultor cuya familia llevaba más de un siglo afincada en Argelia y que, al conocer la independencia del país mandó desarraigar sus viñas. Si lo que hemos cometido aquí es un crimen –fue su sentencia lapidaria- habrá que borrar las huellas.
La verdad es, sin embargo, que si puede decirse algo de aquel proceso de colonización del planeta, es que su fin fue prematuro. La prueba son esas multitudes que, huyendo de países en crisis estructural, se agolpan en las fronteras de Europa con un único afán, regresar junto a sus supuestos explotadores del pasado.
Este fenómeno, el de la inmigración masiva, tiene lógica desde su punto de vista, el de los emigrantes. No lo tiene desde el de los habitantes seculares de Europa, y sólo ese sentimiento de mala conciencia al que he aludido antes explica que la impotencia que siente la inmensa mayoría de los europeos no halle el cauce político adecuado para expresarse. Resulta evidente, sin embargo, que el fenómeno migratorio tiene poco o nada de espontáneo y ha sido promovido cuidadosamente por el capitalismo europeo con la idea poco confesable de practicar el dumping social contra sus respectivos proletariados.
El futuro de Europa sólo es viable si se avanza hacia una economía social basada en el trabajo y la creación de riqueza y no la especulación bursátil. Sólo si, por fin, se procede a la supresión de la dictadura del interés. Tampoco podrá avanzarse hacia una Europa culturalmente pujante, si no se rompen antes los viejos Estados/Nación y se promueve el renacimiento de las culturas tradicionales de los pueblos de Europa.
Las lenguas, como el bretón, el gaélico, el flamenco, el catalán, el gallego o el euskera, forman parte de este legado inapreciable que debemos conservar con unción. Y junto a ellas las culturas locales.
O dejamos atrás, por superada, la Europa de los Mercaderes y regresamos al modelo original, el que concibieron no los economistas sino los intelectuales, los padres de Europa, es decir, el de la Europa de los Pueblos, o el continente, falto de alma, sucumbirá a sus enemigos tradicionales.
El Estado/Nación se ha revelado impotente, sin ir más lejos, para controlar sus propias fronteras lo que, si bien se mira, es la más palmaria confesión de su completa inanidad. El limes europeo debe ser tarea de organismos supranacionales así como de un futuro –y cada vez más necesario- ejército único.
Hay quien duda que estemos a tiempo. Los síntomas son preocupantes y sospechosamente parecidos a los que precedieron a la caída del Imperio Romano. Socavado por el cristianismo, olvidados los viejos ideales indoeuropeos del honor y la libertad, el ejército romano tuvo que recurrir –como sucede ahora- a emplear en sus filas a los pueblos que se agolpaban fuera del limes pujando por entrar y acogerse a las ventajas del Imperio…
La tarea de recuperación del alma europea y sus diferentes sensibilidades paganizantes es por lo tanto urgente. Debiéramos poner más los ojos en Carnac, Delfos, Cumas, Stonehenge o los Externsteine y olvidarnos de Hollywood, Harlem y el Star System.
En estos días recuerdo los versos electrizantes del poeta rumano Aron Cotrus cuando, en su Rapsodia Ibérica hermanaba los finales heroicos de la celtíbera Numancia y la dacia Sargisemetuza. Pueblos ambos que supieron, al menos, arder verticalmente, como cipreses…
Antonio Ruiz Vega
lunes, 7 de enero de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario